Imagínese por un momento que usted ha
redactado la primera frase de un cuento que se le sale sin haberla pensado,
casi al modo de una escritura automática más propia del surrealismo que de
nuestros tiempos y que, según el budismo, se ha escrito con todo su cuerpo.
Pero usted se da cuenta de que hay algo en ella que no termina de comprender.
Imagínese ahora que le pregunta a otra persona
que opine sobre este línea y le dice que le gusta, que está muy bien. Entonces
usted le pregunta ¿La entendés? «Sí, claro», «¿Qué entendés?» «Es simple,
establece la diferencia entre ser y pertenecer». ¿Y cuál es la diferencia?
pregunto haciéndome el Sócrates. Mi
circunstancial interlocutor me mira sin saber si estoy bromeando. «Es en serio,
le aclaro». Piensa un par de segundos y me dice «una cosa es ser y otra
pertenecer». Y yo no me animo a seguir preguntando para no pasar más vergüenza
aún. A partir de ahí, comenzó mi
largo periplo para tratar de entender la diferencia aquel concepto que al resto
le resultaba tan evidente que ni siquiera merecía mayor explicación. Durante
alrededor de 15 años, la frase regresaba obligándome a una reflexión que nunca
me apartaba de la superficie del mero entender. Hoy mismo me pregunto si existe
el Ser como una entidad cerrada o solo puede haber un ser para otro ser, que lo
asemejaría a la posibilidad de pertenecer. Buscando y rebuscando sobre esta
cuestión, recordé al filósofo nazi Heidegger, a quien apodo Heil ̺ degger, y su
construcción del «ser ahí» o Dasein,
como un ser abierto hacia la posibilidad de ser, hacia una experiencia o
vivencia de tránsito que dudo si puede asimilarse a la de transitoriedad.
Recuerdo que sentado en la Recoleta en el café de la Paix (que ya no existe y que fue reemplazado por una
heladería con sillas de color rosa), intentaba fallidamente leer el “Ser y el
tiempo”, mientras que en el resto de las mesas empresarios hablaban de
negocios, con rubias esbeltas sobre las rodillas y brindaban con champán. Yo me
sentía bastante fuera de lugar, como eyectado de un mundo de gente que produce
cosas o que disfruta de la vida real. No era más que una nota disonante y despareja,
un diletante presa de divagaciones inútiles, ellos pensaban en proyectos y yo
en secuelas, que, como un empecinado roedor, acentúa las grietas de las heridas
aún abiertas. Miré por la ventana, algunas nubes pasajeras corrían con mediana
rapidez por el cielo, sin echar sombra sobre las parejas, en buena parte
turistas que daban un paseo. ¿Qué hacer? ¿Cuál era el sentido de permanecer
inactivo en aquel lugar? No estaba angustiado a fondo, y aún podía retirarme
con la dignidad tocada pero no hundida. Sin embargo, algo me tenía pegado a mi
silla. Bebí el último sorbo de café ya enfriado (que seguramente me provocaría
acidez) y siguiendo un impulso que provenía no sé exactamente de donde, es
posible que otra vez mi cuerpo entero, tomé una hoja en blanco, no seguí
pensando y me puse a escribir
Génial! Querido Gebert
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