viernes, 1 de diciembre de 2017

Diálogos sobre la muerte de Juan


La muerte, temida como el más horrible de los males, no es, en realidad, nada, pues mientras nosotros somos, la muerte no es, y cuando esta llega, nosotros no somos.

Epicuro.



Ella -Hola.

   Él -Hola.

Ella - ¿Se enteró?

   Él - ¿De qué?

Ella -Murió Juan.

   Él -Aja.

Ella - ¿Me entendió? Juan ¡Murió!   

   Él - ¿Murió?

Ella -Sí, murió.

   Él - ¿Quién?

Ella -Juan. Juan murió.

   Él -No es posible.

Ella -Sí lo es.

   Él -No lo es.

Ella -¿Insinúa que miento?

   Él -Jamás. Soy un caballero. Pero usted se contradice.

Ella -Simplemente dije que Juan murió.

   Él -Es una incoherencia.

Ella -¿Por qué?

   Él –No es lógico.

Ella -Demuéstrelo.

   Él -Con mucho gusto. Respóndame lo siguiente:

Ella -De acuerdo.

   Él -¿Quién murió?

Ella -Juan.

   Él -¿Quién es Juan?

Ella -El muerto.

   Él -El muerto no es Juan.

Ella -¿Y quién es?

   Él -El muerto.

Ella -El muerto que es Juan. 

   Él -El muerto que no es Juan.

Ella -Él, muerto, es Juan. 

   Él -Él, muerto, no es Juan.

Ella -¿Y si no es Juan, quién es?

   Él -Él.

Ella -Él que es Juan, está muerto.

   Él -Él que no es Juan, no está muerto.

Ella -¡Qué horror. Entonces lo van a enterrar vivo!

   Él -No se asuste. Si Juan ya no es ¿cómo puede estar vivo? 

Ella -Empiezo a creer que nunca me haré entender.

   Él -No sea pesimista.

Ella -No lo soy.

   Él -Entonces inténtelo de nuevo.

Ella -No me agrada la perspectiva de un nuevo fracaso.

   Él -No se achique. 

Ella -Está bien. Volvamos a comenzar: Juan murió.

   Él -¿De verdad?

Ella -De verdad.

   Él -No lo puedo creer.

Ella -Yo tampoco pude.

   Él -¿Entonces por qué me lo cuenta?

Ella -Es una forma de decir.

   Él -¡Ojo! que a veces la forma puede coincidir con el fondo.

Ella -Juan murió. ¡De verdad!

   Él -¿Se puede morir de mentira?  

Ella -Esto no es cómico. Murió Juan.

   Él -Sí es cómico, porque yo me llamo Juan y estoy vivito y coleando.

Ella -Ahora entiendo su confusión. Me refiero a que murió Juan, el otro.   

   Él -¡Jua! ¡Jua!

Ella -¿De qué se ríe?

   Él -Me hace acordar a un chiste.

Ella -No es para hacer chistes.

   Él -Para Freud los chistes eran cosa seria y los de velorio, ni le cuento.

Ella -Está bien, si le alivia ¡adelante!

   Él -Un tipo le pregunta a otro, ¿Señor, en dónde queda la otra vereda?

      ¡Allí! le responde el interpelado señalándola. ¿Cómo es posible? -replica el   

      primero, -si yo vengo de allí y me dijeron que la otra vereda es ésta.

Ella -No está mal, pero ¿cómo se relaciona con nuestro asunto?

   Él -En que no se puede saber si el otro Juan es él o yo.

Ella -Es evidente que me refería al otro.

   Él -Pero es que el otro respecto del otro Juan soy yo.

Ella -Me está volviendo loca. Es cierto que usted es Juan, el otro. Pero yo hablo

        del otro.

   Él -¿Del otro que no existe?

Ella -Precisamente.

   Él -A la pucha. Ahí nos encontramos con otro problema.

Ella -¿Otro más?

   Él -No. Otro menos.

Ella -¿Cuál?

   Él -Que no es posible que haya otro de un otro Juan que no existe.

Ella -Se lo admito.

   Él -Sin embargo, es innegable que Juan existe.

Ella -Estoy cada vez más confundida. ¿A qué Juan se refiere?

   Él -A Juan. Juan existe.

Ella -Está claro que habla de usted.

   Él -No. 

Ella -¿Cómo que no?

   Él -Hablo de Juan. 

Ella -Me está mareando. Diga lo que diga ¡Juan murió! Y si no me cree

         acompáñeme al velorio. “Hay que ver para creer”.



 


EN EL VELORIO






Ordenanza -¿A quién van a visitar?

            Ella -A Juan.

Ordenanza -Está en la sala del fondo.

               Él -¿Quién?

Ordenanza -Juan.

               Él -No puede ser.

           Ella  -No empiece. 

Ordenanza -¿Cómo debo decir?

               Él -El cadáver se encuentra en el fondo.

            Ella -Discúlpelo, está nervioso.

Ordenanza -Su cadáver se encuentra en el fondo.

              ÉL -¿Dijo “mi” cadáver? Si estoy vivo.

Ordenanza -No, señor.  El cadáver de Juan.

              ÉL -¿De quién?

Ordenanza -De Juan. En la planilla figura así.  .

Ordenanza -Fíjese usted mismo.

               Él –Se ha cometido un error. Debería decir “el” cadáver y no el  

                      cadáver de Juan. Cómo Juan ya no es, nada puede pertenecerle.

                       Los cadáveres no son de nadie. Sólo son cadáveres. 

            Ella -¿Entonces, según usted todos los cadáveres son iguales?                              

              ÉL -No, todos los vivos somos iguales.

            Ella -¿Cómo es eso?

              ÉL -Los vivos “somos cadáveres que aún no han

                         entrado en funciones”. Proust.

                       



FRENTE AL ATAÚD






Ella -Ahí lo tiene. Pobrecito, no parece haber muerto.

  ÉL -¿Quién?

Ella - ...(triunfal) El cadáver.

   Él -¿El cadáver parece no haber muerto?

Ella -No me enloquezca.

   Él -Procure hablar con precisión.

Ella -Una demanda típicamente masculina. La precisión, la coherencia,

         ilusiones de hombres.

   Él -Si es confusa me obliga a imaginar lo que quiere decir.

Ella -¿Y con eso qué?

   Él -La imaginación provoca engaños.

Ella -Que Juan murió no es un engaño.

   Él -Pero es engañoso.

Ella –(Resignada) Dios le dio la vida y también se la quitó.   

   Él -Dios no pudo haberle dado la vida.

Ella -¿Por qué no?

   Él -No la quiero fastidiar, pero es otra afirmación absurda.

Ella -¿No es creyente?

   Él -Creo en las palabras, y las suyas son confusas.

Ella -¿Por qué?

   Él -Porque implican una antecedencia del sujeto a quien le será dada la vida.

Ella -Qué complicado.     

  ÉL -En criollo esto significa que uno existe y que un buen día Dios le dio un

          regalo; la vida, que es precisamente lo que uno ya tiene. Un asunto que

          no carece de importancia porque la Iglesia utiliza este argumento para

          fundamentar la cuestión de la posición del hombre frente a la existencia.

          Si Dios de entrada le ha regalado la vida entonces ha de tener una

          posición de deudor y no de acreedor frente a ella.  

Ella -Era un hombre temeroso de Dios.

   Él -Es cierto. Le tenía miedo.

Ella -¿Por qué?

   Él -Usted lo dijo: “Él” le quitó la vida. Pero no nos desviemos del tema. ¿Se

        anima a otro intento?

Ella -Me animo: Este es el cadáver de aquel que en vida fuera Juan.

   Él -Bastante mejor.

­Ella -¿Nada más que eso?

   Él -Así no habla nadie, es muy recargado.

Ella  -¿Es su única objeción?    

ÉL -No.  

Ella -¿Qué más?

Él  -“Quién” es un pronombre relativo  respecto a Juan, por lo que estamos en

        la misma. 

Ella -¿Pruebo decirlo por la negativa?

   Él -¿Por qué no? Todo suma.

Ella -A veces resta.

   Él -Déle nomás.

Ella -Juan no está vivo. ¿Qué le parece?

   Él -Más de lo mismo. Juan no puede poseer atributos positivos ni

        negativos.



EN EL BUFFET



   Él –Brindemos (Se sirven una copa)

 Ella -A la memoria de 

   Él -¿De quién?

Ella -No le daré la oportunidad. A La  Memoria.

   Él -Brindemos por ella y por su capacidad de olvidar

        (Brindan). Está preciosa.

Ella -Gracias.

   ÉL -Estoy muerto por usted.

Ella -No se haga el vivo.

  Él -Estoy vivo. 

Ella – Disculpe. No estoy de buen humor. Me puso nerviosa con lo de Juan.

   Él -¿Por qué?

Ella -Siento que usted no me comprende.

   Él -Fue un simple malentendido.

Ella -Esta vez se equivoca, fue un bien entendido.

   Él -¿Qué entendió bien?

Ella -Que no nos entendemos.








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