En su libro Los vasos comunicantes, Andre Breton, entusiasta lector de la obra
de Freud, y en particular de La
interpretación de los sueños, trae una obra aparecida en1867 y en forma
anónima, bajo el título Los sueños y los
medios de dirigirlos. Observaciones prácticas. En dicha obra de vanguardia
sobre la temática, propuso técnicas para controlar los sueños en un estado que
denomina como sueño lúcido
Veamos pues, una pequeña síntesis de este
singular personaje. Marie-Jean-Léon Le Coq, barón d'Hervey de Juchereau,
marqués de Saint-Denys (París, (1822 - 1892), escritor y sinólogo francés, que
nunca visitó la china y precursor de la onirología.. Tradujo textos y cuentos
chinos, que arrojaban luz sobre las costumbres orientales. Fue profesor de
idioma chino en el Collège de France, comisario del Imperio Chino en la
Exposición Universal de París en 1867 y presidió la Académie des inscriptions
et belles-lettres. Pionero del estudio de los sueños, llevó un diario de sus
sueños desde los 13 años.
Breton
reivindica a su autor, el marqués de Hervey-Saint-Denys, como el único investigador
comparable en seriedad investigativa a Freud, aunque más en el territorio de
una poética que lleva al durmiente a provocar el razonado “desorden” de sus
propios sentidos. En efecto, Breton no incurre en error, puesto que considerando
que los sueños son una realización de deseos, Hervey fue el primer hombre en
pensar seriamente en la posibilidad de procurarse fuera del mundo real, una serie
de satisfacciones oníricas, influyendo con la voluntad consciente sobre el
curso del sueño.
Ahora
bien, la posibilidad de dirigir los sueños con la voluntad, implica terminar
con el aislamiento de los mundos de la realidad y del sueño entendidos como
compartimentos aislados, pero que, en verdad, poseen enlaces que utilizados
para disciplinar las fuerzas constitutivas del sueño, de manera que el elemento afectivo que preside su
formación no se encuentre alejado del objeto al que se atribuido un encanto
particular en estado de vigilia. Se trata pues, de retener de la vida despierta
lo que merece ser retenido. El marqués empleó para ello la succión de una
simple raíz de iris que, una vez deslizada entre los labios del durmiente,
proporcionaría una aventura tentadora. Por ejemplo, la posibilidad de deslumbrar
y conquistar, a la mujer soñada, o de transformar aquellos sueños que ponen a
prueba nuestra dignidad. A continuación un fragmento de un paciente del Hervey.
“Mi nombre es Heinrich
Limenau Kerl von Sülzen y soy
teniente de la caballería del imperio austrohúngaro. A mediados de 1898,
contando con veinticinco años y aquejado hace meses por espantosos sueños de
cobardía de los que me refugiaba en largas noches de insomnio, decidí buscar
ayuda profesional. Debido a la naturaleza psíquica de mi problema, creí
inconveniente consultar con un médico del ejército en el que llevaba el grado
de teniente de caballería, porque eso podía ser un mal antecedente en mi foja
de servicios. En mis largas horas de desvelo, la intranquilidad y el
nerviosismo me obligaban a voraces comilonas nocturnas, al punto de que a pesar
de ser sumamente cuidadoso con mi aspecto, se me insinuó la curvatura de la
barriga, asimismo la falta de reposo había agriado mi humor y me dificultaba
guardar la debida atención en las guardias de los días subsiguientes. Aunque
nadie se había percatado de mi desmejora, temí que de seguir así, mis cambios
se harían notar entre mis camaradas y superiores. Sin saber a quién dirigirme,
solicité una hora con un tal Dr. Sigmund Freud, médico cuyos cuadernillos se vendían en los puestos de diarios de
Viena, y luego en París con el Dr. Charcot. Sin haber tenido éxito con ambos
tratamientos, me fue recomendado el Marqués de Hervey. He aquí lo que me
explicó sobre su método. “Lo llamo “Sueño dirigido”. Cuando se duerme se es muy vulnerable, el individuo queda librado a la
arbitrariedad de los sueños. Desde el fondo del tiempo, la humanidad se ha
ocupado por entender o interpretar los contenidos de los sueños en la vigilia
en vez de aprender a dirigirlos con nuestra voluntad conciente.
-Eso no es posible
-repliqué- nadie puede saltar por fuera de su sombra.
-El
objetivo es terminar con la autonomía de ese otro Yo que se manifiesta en
representaciones distorsionadas. Cuando usted consiga soñarse como quisiera
ser, no como un pusilánime, saldrá de cada sueño con su autoestima vigorosa y
reforzada-. Hervey
bebió un sorbo de té para aclararse la garganta: -tras largos años de
investigación sobre mí mismo he descubierto cómo dirigir los sueños a voluntad;
por ejemplo, con mi hallazgo los sueños desacertados pueden rectificarse”. Y la
que continúa es la parte más extraordinaria de su comentario: “Sin ir más
lejos, yo mismo he querido soñar que un tal Andre Breton, escribirá dentro de
unos años estas líneas en un libro dedicado a mi obra: “Si bien, más reconocido
como traductor del chino y del tártaro-manchú y profesor titular en el Colegio
de Francia, Hervey, un sujeto poco convencional, fue el más grande y original
de los autoinvestigadores de su época. De espíritu más contundente que el
mismísimo Freud, logró conciliar lo real con lo soñado, formulando los medios
necesarios, para disciplinar las desordenadas pulsiones oníricas e influir en
el curso de los sueños. En una obra de vanguardia propone controlarlos y
describe aquellos en los que el soñador se sabe soñando, en un estado de
conciencia conocido como sueño lúcido. Hervey fue un gran idealista que
anhelaba proveerse con los ojos bien cerrados, aquellas satisfacciones que lo
real le negaba”.
... colóquese
esta fñpr entre los labios y se dormirá de un modo completamente natural.
-¿Qué flor es? -pregunté con leve aprensión
-Una flor de Iris-. Haciendo alarde de erudición hizo un breve relato:
Se cuenta que en la china, al emperador Fu Xi Huang de la X dinastía, se le había muerto su amada
y no conseguía soñar con ella para recuperar la sensación de tenerla de noche
con él. Entonces un súbdito le regaló una flor de iris y le pidió que, antes de
dormir, se la pusiera en la boca para inducir el sueño y aprovechar sus
propiedades somníferas semejantes al narciso, pero con otro poder
extraordinario: el soñante podría forzar el cumplimiento de cualquier deseo
conciente a través de un sueño. Era evidente que el
marqués sabía de lo que hablaba, y si alguna duda restaba terminó de disiparse, así que me di por satisfecho con su respuesta y resuelto a iniciar la
prometedora experiencia.
-Mantenga los ojos cerrados. Respire
hondo...
Lo último que recuerdo antes de sumirme en un profundo sueño, es la
vista de la puerta que daba al negocio y los ojos entornados de Hervey que
parecía estar concentrado. Por las cortinas de voile entraba la luz tenue del
atardecer que no molestaba. -Comenzaremos con un sueño convencional. Si quiere-
me ofreció -puede taparse con estas gasas-. No hace falta -agradecí- y cerré
los ojos”.
Para finalizar, quiero añadir la lectura que
los gobiernos progresistas han realizado de esta aproximación al mundo de los
sueños, (no desprovistos de consecuencias en el plano de la existencia práctica),
una aproximación que los propicia como un instrumentos de placer en desmedro de
la acción concreta, degradándolos al rango de una teoría cretinizante para el
ser humano, con el fin espurio de apaciguar las ansias y la facultad de una
activa rebeldía social
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