Vengo
de escuchar baladas en el Pilar. Luis Miguel cantaba desde un compact disc,
mientras cenaba en la terraza del Rix. Después le tocó el turno a dos artistas
noveles que entonaron, unos escalones más abajo, pero con dignidad, canciones
de Ricky Martin, Sinatra, y del mismo Luis Miguel, acompañados por una gran
orquesta que surgía de un órgano Kawai St III. El atril en el que leían las
letras era la pantalla de una computadora. Al término de cada canción tocaban
botones secretos y calibraban el equipo.
Boleros en Windows N.T.
Sobre el primer final -advirtieron que
volverían- el solista desprendió el micrófono del pie, ante mi asombro
funcionaba igual, y mezclándose con el público se animó con su fuerte: Louis
Amstrong, en inglés por fonética.
El misterio del micrófono me distrajo.
Luego, caminé despacito por la recova
mirando los restaurantes y negocios que la bordean, todos tienen nombres
importados, globalizados, de ninguna parte. Repaso la lista y los anoto por
orden de nacionalidad: los yanquis, Wendy´s (old fashioned hamburgers),
Luckie´s, Mummy´s (food & drinks), Rix (café & drugstore) Planet
Hollywood, Playland, y en la punta el Hard Rock (Kid´s club & souvenirs);
los franceses: Molière, Champs Elysées y París; los italianos: Romanaccio y
Caruso (Ristorante a´ll italiana); el alemán: Munich del Pilar (que publicita
cerveza Quilmes); y por fin, el criollo Campos del Pilar, que ofrece cerveza
Warsteiner, (eine Königin unter den Bieren).
Termino el paseo en la boutique del Hard
Rock, donde venden camperas de cuero negro y remeras con el lema: Save the
Planet. No hay espejos ni probador.
**********
Ahora estoy parado en la cuesta de plaza
Francia, la noche de mayo está quieta y fresca. Veo la Facultad de Derecho. La
mole imponente reposa. Me detengo en ella y descanso. Me impresiona, es
proporcionada, solemne, irreprochable. Ostenta presencia.
A
su costado, me sorprende un cartel: La Feria del libro, del autor al
lector. Está coronado por un pintoresco manojo de banderitas multicolores, que
indican a las claras que allí hay una reina: La Feria, soberana de la alegría,
señora del bullicio. La Feria con firuletes, La Feria, la payasa con remembranzas
de circo y de Kermesse. Una brisa se levanta y las banderitas comienzan a
flamear, se menean juguetonas provocando a su vecino grandote para hacerse
notar y decirle: ¡Aquí estoy!
El coloso calla.
Las banderitas se agitan con más ganas...
no hay respuesta. Pero ellas no se rinden y doblan su empeño hasta que por fin
la facultad se decide:
-Atolondrada -sentencia con malhumor.
-Pomposo
-le contesta la otra, riéndose atractiva.
-Papelonera y escandalosa -dictamina el
foro con nobleza.
-Soy una fiesta, soy alborozo -exclama
chillona La Feria.
-Torta con guirnaldas -sanciona sacrosanto
el augusto.
Creo que nunca se pondrán de acuerdo. Dejo
de oír la disputa y me vuelvo hacia mí mismo, a mi soledad tranquila y en una
panorámica contemplo a ambas.
Imagen con
zoom.
La Facultad está enfrente de mí, sólo nos
separa la avenida Figueroa Alcorta, aunque se ve inmensa me parece más humana.
Está iluminada por luces amarillas de faroles larguísimos que se elevan
rectilíneos como tulipanes. Algunos automóviles están estacionados en las
sendas que corren entre las numerosas gradas del pórtico de acceso. El ruido
del tránsito es constante, pero uno se acostumbra enseguida. Se agregan un
avión aterrizando y las sirenas de una ambulancia.
Dos ancianas intentan cruzar la avenida.
Detrás de mí, la Cafetería de las Artes, Cervecería y Salón de Té, según el
anuncio de neón verde y blanco que también ilumina el pasto, los arbustos y los
cactus que crecen en el parque. Las ancianas desisten y se van a un puente de
paso que está a cien metros.
La Feria ha quedado en un plano muy
posterior. Distingo el chaperío acanalado del frente que la hace más precaria y
destartalada y, el aumento de la distancia, más pequeña y descolorida. Cosas de
la perspectiva
***** *** *****
De regreso, escucho la
palabra de Dios que me viene del interior de la Iglesia del Pilar. Una misa por
altoparlante.
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