Hasta hace unos años en ciertos
videoclubs, a escondidas y contraviniendo la legislación, se vendían cintas con
ejecuciones filmadas. Al poco tiempo, todo canal de televisión pasó a emitir como
una letanía morbosa, accidentes fatales robos a mano armada o los atractivos
asesinatos de personas, filmados por las así llamadas cámaras de seguridad.
El buen periodista dejó de ser el que
escribe un buen artículo, sino el que consigue un reportaje con los familiares
y amigos de la víctima y que, con preguntas que son golpes bajos, logra
arrancar expresiones de hondo sufrimiento o exprimir lágrimas de dolor, puede
que por un golpe de suerte aparezca un deseo de venganza, material inmejorable
para que un grupo de ignorantes de algún panel, se explaye sobre la
conveniencia de la justicia por propia mano y los aspectos morales banalizados
hasta la vulgaridad.
Cómodamente instalados en sus sillones y
con un maquillaje que encubre la verdad de sus rostros, juegan a opinar con una
autoridad que no tienen, sobre temas tan sensibles como la influencia de las
drogas en la violencia, sin recordar que son ellos quienes forman parte de los
medios, los causantes de muchos males de lo que opinan.
Mientras millones de personas trabajan,
estudian, descubren vacunas y en general son buena gente, los medios se esmeran
y limitan a mostrar a los vagos, los adictos, criminales, etc... El resultado
es que un pibe en inferioridad de condiciones -sea por problemas personales o
con el cerebro quemado por el paco -, al ver constantemente a estos personajes,
se dice: “si salen por la tele deben ser los personajes que a la sociedad le
importa”, y ahí le cae la ficha, piensa: “ahora ya sé cómo ser una parte
reconocida de la sociedad me enfierro y me convierto en uno de los héroes que
tienen pantalla”, y entonces imitan a estos modelos que constituyen una interesante
alternativa y motivación del delito para sus vidas.
(la diatriba continuará próximamente)
Excelente reflexiòn.
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