Las
conveniencias de la verdad
Hasta fines del siglo XIX, las escuelas literarias se servían
para sus novelas, de las aventuras o verdades excepcionales encontradas en la
existencia cotidiana. Sin embargo, hay historias reales que se dirían inventadas
por algún novelista o dramaturgo delirante, que de contarse, provocarían
incredulidad en los lectores y desprestigio entre los escritores por parecer
una historia no ocurrida o inventada por un cronista principiante.
En
cuanto atañe a la ficción y aún tratándose de una crónica novelada. El autor
ocupa una posición de responsabilidad en los acontecimientos de la narración, sea en posición de
testigo o de participante. Su obligación es priorizar el bien de la obra, y
deberá considerar seriamente si decir cosas verdaderas pero carecientes de
verosimlitud.
Cuando Truman Capote escribió “A sangre fría”,
ocultó que necesitaba de la ejecución de los acusados para que su libro tuviera
un cariz emocional que lo hiciera más vendible; de saberse que un autor desea
la muerte de sus entrevistados, sería un argumento que predispondría mal a un
posible lector por su falta de
objetividad y por ende de credibilidad. En efecto, Aristóteles decía en su
Poética que «hay que preferir lo imposible que es verosímil, pues es verosímil
que las cosas ocurran contrariamente a la verosimilitud.» Moraleja: no basta
con que algo haya sucedido realmente para que se admita ipso facto en una
historia, por ello si parece inverosímil, por ejemplo por la acumulación, por
ejemplo, de las coincidencias. Y los sucesos auténticos no dan necesariamente,
y de por sí, buenos guiones.
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