Se comenta que las desgracias
vienen todas juntas; agrego yo, y también la solución de los misterios. Esto último muy triste, porque como dice la sabiduría popular: “La vida
sin un poco de misterio no merece la pena ser vivida”.
Cumplimentado el examen de Sig, mi afición
de detective me llevó a encarar un segundo desafío respecto del mismo episodio,
que bajo el signo de un acertijo que se refiere al término elli aparece en el esquema que Freud realiza. Elli es la única partícula que en dicho esquema boya solita, sin
mayor trascendencia que la de ser extremo final de Signorelli y de Boticelli, lo
que se dice vagón de cola. Aun admitiendo que ser cola de estos insignes
pintores tiene lo suyo, no es para nada halagador permanecer
desligado del resto de los términos, sin poseer siquiera la dignidad de una
flechita que a uno lo vincule con los demás, siendo que varios hasta poseen
dos. Por
consiguiente elli sólo ha merecido el
apelativo de “restos metonímicos” en la significación anal de desperdicio, de
“las cosas últimas” o, como dijo el maestro Fontanarrosa en su encendida
defensa de las malas palabras, “el lugar de la mierda” (quizás por eso llamó la atención a mi olfato de investigador).
Pobrecito elli,
a uno se le despierta un sentimiento de compasión y quisiera rescatarlo de
semejante situación. Con este objetivo en mente procedí a un relevamiento de los datos de este caso.
1) Signorelli, traducción del vocablo alemán Herr (el Amo Absoluto, que refiere a muerte y sexualidad), funciona
como una condensación entre Signor y
elli.
2) Freud sustituye Signorelli por Boticcelli y Boltraffio, por consiguiente nuestro querido Elli forma parte de la clase de los
pintores italianos: Signorelli y
Boticelli, en este último aparecería
por mero efecto de homonimia y similcadencia
3)
En aquella época no era infrecuente que los pintores firmaran con su
autorretrato; en el cuadro se lo ve a Signorelli. Es decir que es en esta dimensión, en este quiebre del orden
lineal del discurso
que
Freud es mirado, y esa mirada acusadora -que lo remite a
sexualidad y muerte-, es el nombre olvidado.
Resultaba preciso entonces, descubrir la
conexión entre elli, y los temas de
sexualidad y muerte, para poder otorgarle la jerarquía de un verdadero significante o, caso contrario, renunciar y abandonarlo en el
triste lugar que el destino le había reservado. Como hasta aquí los datos a mi disposición
no parecían aclarar gran cosa ni tampoco el croquis de Freud; el desánimo
quería apoderarse de mí, pero, optimista por naturaleza, me infundí coraje y
continué con la investigación. Era obvio que había que extender la búsqueda
hacia otros horizontes. Pero, ¿adónde?
Pensé en leer algún artículo de Freud que tuviese relación con el arte.
Una fina intuición me condujo a “El Moisés de Miguel Angel”, artículo publicado
en 1914, es decir, dieciséis años después del episodio Signorelli.
Transcribo el siguiente comentario del
capítulo dos:
Mucho antes de que pudiera enterarme de la existencia del
psicoanálisis, supe que un conocedor ruso en materia de arte, Ivan Lermolieff,
había provocado una revolución en los museos de Europa revisando la autoría de
muchos cuadros, enseñando a distinguir con seguridad las copias de los
originales y especulando sobre la individualidad de nuevos artistas, creadores
de las cuadros cuya supuesta autoría demostró ser falsa.
Cuando Freud dice haber conocido a
Lerlmolieff mucho
antes, se refiere a que se encuentra con un libro suyo a la vuelta del viaje a
Milán (aunque recién está documentado en 1914 en “El Moisés de Miguel Angel”).
Vale decir que, cuando sucedió el famoso olvido, ya había tomado conocimiento
de su obra.
¿Pero quién fue este enigmático
Ivan Lermolieff?
Ivan Lermolieff, a diferencia de lo que dice Freud, no fue un sabio ruso
sino que había nacido en 1816 en Verona y falleció en 1891 en Bérgamo. Estudió
medicina en las universidades de Munich
y Erlangen debido a la proscripción
contra protestantes en universidades. Fue senador
en Italia e intervino en la prohibición de exportar tesoros del arte y en la conservación en museos. También es el
padre del método atribucionista, que permite atribuir correctamente la autoría de las
pinturas de los viejos maestros.
Publicó
diversos textos (ninguno en una estepa rusa), entre ellos: Kunstkritische Studien, italienischer MeisterWerke, que se dedicaban a
estudiar colecciones de arte italianas.
Volvamos a Freud:
Consiguió todo eso tras
indicar que debía prescindirse de la impresión global y de los grandes rasgos
de una pintura, y destacar el valor característico de los detalles
subordinados, pequeñeces como la forma de las uñas, lóbulos de las orejas, la
aureola de los santos y otros detalles inadvertidos cuya imitación el copista omitía
y que sin embargo cada artista ejecuta de una manera singular.
En efecto, el método de Lermolieff, basado
en la figura retórica de la metonimia, trata de una clasificación de las obras
fijándose en detalles morfológicos de las figuras. Para él, la autoría de un
artista se debe reconocer en los detalles secundarios (ojos, manos, orejas...)
y no en la totalidad, usando el así llamado “paradigma
de los indicios” (que ha sido muy utilizado en medicina).
Freud comenta:
Creo que su procedimiento
está muy emparentado con la técnica del psicoanálisis médico. También este
suele colegir lo secreto y escondido desde unos rasgos menospreciados o no
advertidos, desde el residuo «refuse» de la observación.
Vale decir que este autor impactó
fuertemente a Freud, al punto que utilizó el método de
Ivan Lermolieff en su estudio de 1914 sobre el Moisés de Miguel Angel. Asimismo
hay que señalar que todos los nombres de pintores que aparecen en El olvido de
los nombres propios en Psicopatología de la vida cotidiana, n mencionados en el
libro de Morelli.
Leamos un poco más a Freud:
Luego
me interesó mucho saber que bajo ese seudónimo ruso se ocultaba un médico
italiano de apellido Morelli.
¡Misterio resuelto! El sabio ruso no era
ruso e Ivan Lermolieff no era sino un anagrama de Morelli, el médico italiano, coleccionista y crítico de arte que fue
de gran ayuda para Freud, tanto en el análisis de los frescos de San Brizio
como en la elaboración de Psicopatología de la vida cotidiana.
Ahora que comprobamos que elli es un significante, por así
decirlo “con todas las letras” (no aparece
en Boticelli sólo por efecto de la
homonimia y similcadencia sino que ha conseguido salir de la represión),
podemos reponerlo en el lugar que legítimamente le corresponde; también parece
conveniente recomendar la utilidad de añadir al croquis de Freud una flechita
que vincule a elli con Giani Morelli.
En cuanto a mí, dejo a Signorelli no sin
una dosis de melancolía, y dirijo mis pasos hacia nuevos misterios; no me han de faltar, por suerte el psicoanálisis, otro fantástico
detective, los presenta en cantidad.
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