miércoles, 31 de agosto de 2016

El Misterio de Elli


Se comenta que las desgracias vienen todas juntas; agrego yo, y también la solución de los misterios. Esto último muy triste, porque como dice la sabiduría popular: “La vida sin un poco de misterio no merece la pena ser vivida”. 

     Cumplimentado el examen de Sig, mi afición de detective me llevó a encarar un segundo desafío respecto del mismo episodio, que bajo el signo de un acertijo que se refiere al término elli aparece en el esquema que Freud realiza. Elli es la única partícula que en dicho esquema boya solita, sin mayor trascendencia que la de ser extremo final de Signorelli y de Boticelli, lo que se dice vagón de cola. Aun admitiendo que ser cola de estos insignes pintores tiene lo suyo, no es para nada halagador permanecer desligado del resto de los términos, sin poseer siquiera la dignidad de una flechita que a uno lo vincule con los demás, siendo que varios hasta poseen dos. Por consiguiente elli sólo ha merecido el apelativo de “restos metonímicos” en la significación anal de desperdicio, de “las cosas últimas” o, como dijo el maestro Fontanarrosa en su encendida defensa de las malas palabras, “el lugar de la mierda” (quizás por eso llamó la atención a mi olfato de investigador). 

                 Pobrecito elli, a uno se le despierta un sentimiento de compasión y quisiera rescatarlo de semejante situación. Con este objetivo en mente procedí a un relevamiento de los datos de este caso.



1) Signorelli, traducción del vocablo alemán Herr (el Amo Absoluto, que refiere a muerte y sexualidad), funciona como una condensación entre Signor y elli.



2) Freud sustituye Signorelli por Boticcelli y Boltraffio, por consiguiente nuestro querido Elli forma parte de la clase de los pintores italianos: Signorelli y Boticelli, en este último aparecería por mero efecto de homonimia y similcadencia     



3) En aquella época no era infrecuente que los pintores firmaran con su autorretrato; en el cuadro se lo ve a Signorelli. Es decir que es en esta dimensión, en este quiebre del orden lineal del discurso  

que Freud es mirado, y esa mirada acusadora -que lo remite a sexualidad y muerte-, es el nombre olvidado.



     Resultaba preciso entonces, descubrir la conexión entre elli, y los temas de sexualidad y muerte, para poder otorgarle la jerarquía de un verdadero significante o, caso contrario, renunciar y abandonarlo en el triste lugar que el destino le había reservado. Como hasta aquí los datos a mi disposición no parecían aclarar gran cosa ni tampoco el croquis de Freud; el desánimo quería apoderarse de mí, pero, optimista por naturaleza, me infundí coraje y continué con la investigación. Era obvio que había que extender la búsqueda hacia otros horizontes. Pero, ¿adónde?  Pensé en leer algún artículo de Freud que tuviese relación con el arte. Una fina intuición me condujo a “El Moisés de Miguel Angel”, artículo publicado en 1914, es decir, dieciséis años después del episodio Signorelli.  

     Transcribo el siguiente comentario del capítulo dos: 

    

Mucho antes de que pudiera enterarme de la existencia del psicoanálisis, supe que un conocedor ruso en materia de arte, Ivan Lermolieff, había provocado una revolución en los museos de Europa revisando la autoría de muchos cuadros, enseñando a distinguir con seguridad las copias de los originales y especulando sobre la individualidad de nuevos artistas, creadores de las cuadros cuya supuesta autoría demostró ser falsa.



     Cuando Freud dice haber conocido a Lerlmolieff mucho antes, se refiere a que se encuentra con un libro suyo a la vuelta del viaje a Milán (aunque recién está documentado en 1914 en “El Moisés de Miguel Angel”). Vale decir que, cuando sucedió el famoso olvido, ya había tomado conocimiento de su obra.

¿Pero quién fue este enigmático Ivan Lermolieff?

     Ivan Lermolieff, a diferencia de lo que dice Freud, no fue un sabio ruso sino que había nacido en 1816 en Verona y falleció en 1891 en Bérgamo. Estudió medicina en las universidades de Munich y Erlangen debido a la proscripción contra protestantes en universidades. Fue senador en Italia e intervino en la prohibición de exportar tesoros del arte  y en la conservación en museos. También es el padre del método atribucionista, que permite atribuir correctamente la autoría de las pinturas de los viejos maestros. 

Publicó diversos textos (ninguno en una estepa rusa), entre ellos: Kunstkritische Studien, italienischer MeisterWerke, que se dedicaban a estudiar colecciones de arte italianas.



     Volvamos a Freud:

     Consiguió todo eso tras indicar que debía prescindirse de la impresión global y de los grandes rasgos de una pintura, y destacar el valor característico de los detalles subordinados, pequeñeces como la forma de las uñas, lóbulos de las orejas, la aureola de los santos y otros detalles inadvertidos cuya imitación el copista omitía y que sin embargo cada artista ejecuta de una manera singular.



     En efecto, el método de Lermolieff, basado en la figura retórica de la metonimia, trata de una clasificación de las obras fijándose en detalles morfológicos de las figuras. Para él, la autoría de un artista se debe reconocer en los detalles secundarios (ojos, manos, orejas...) y no en la totalidad, usando el así llamado “paradigma de los indicios(que ha sido muy utilizado en medicina).



     Freud comenta:   

     Creo que su procedimiento está muy emparentado con la técnica del psicoanálisis médico. También este suele colegir lo secreto y escondido desde unos rasgos menospreciados o no advertidos, desde el residuo «refuse» de la observación.  



     Vale decir que este autor impactó fuertemente a Freud, al punto que utilizó el método de Ivan Lermolieff en su estudio de 1914 sobre el Moisés de Miguel Angel. Asimismo hay que señalar que todos los nombres de pintores que aparecen en El olvido de los nombres propios en Psicopatología de la vida cotidiana, n mencionados en el libro de Morelli. 



     Leamos un poco más a Freud:

     Luego me interesó mucho saber que bajo ese seudónimo ruso se ocultaba un médico italiano de apellido Morelli.



     ¡Misterio resuelto! El sabio ruso no era ruso e Ivan Lermolieff no era sino un anagrama de Morelli, el médico italiano, coleccionista y crítico de arte que fue de gran ayuda para Freud, tanto en el análisis de los frescos de San Brizio como en la elaboración de Psicopatología de la vida cotidiana.

    Ahora que comprobamos que elli es un significante, por así decirlo “con todas las letras” (no aparece en Boticelli sólo por efecto de la homonimia y similcadencia sino que ha conseguido salir de la represión), podemos reponerlo en el lugar que legítimamente le corresponde; también parece conveniente recomendar la utilidad de añadir al croquis de Freud una flechita que vincule a elli con Giani Morelli.

     En cuanto a mí, dejo a Signorelli no sin una dosis de melancolía, y dirijo mis pasos hacia nuevos misterios; no me han de faltar, por suerte el psicoanálisis, otro fantástico detective, los presenta en cantidad.   

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