jueves, 21 de septiembre de 2017

Soy de ahí, no sé si pertenezco


Imagínese por un momento que usted ha redactado la primera frase de un cuento que se le sale sin haberla pensado, casi al modo de una escritura automática más propia del surrealismo que de nuestros tiempos y que, según el budismo, se ha escrito con todo su cuerpo. Pero usted se da cuenta de que hay algo en ella que no termina de comprender.

Imagínese ahora que le pregunta a otra persona que opine sobre este línea y le dice que le gusta, que está muy bien. Entonces usted le pregunta ¿La entendés? «Sí, claro», «¿Qué entendés?» «Es simple, establece la diferencia entre ser y pertenecer». ¿Y cuál es la diferencia? pregunto haciéndome el  Sócrates. Mi circunstancial interlocutor me mira sin saber si estoy bromeando. «Es en serio, le aclaro». Piensa un par de segundos y me dice «una cosa es ser y otra pertenecer». Y yo no me animo a seguir preguntando para no pasar más vergüenza aún.      A partir de ahí, comenzó mi largo periplo para tratar de entender la diferencia aquel concepto que al resto le resultaba tan evidente que ni siquiera merecía mayor explicación. Durante alrededor de 15 años, la frase regresaba obligándome a una reflexión que nunca me apartaba de la superficie del mero entender. Hoy mismo me pregunto si existe el Ser como una entidad cerrada o solo puede haber un ser para otro ser, que lo asemejaría a la posibilidad de pertenecer. Buscando y rebuscando sobre esta cuestión, recordé al filósofo nazi Heidegger, a quien apodo Heil ̺ degger, y su construcción del «ser ahí» o Dasein, como un ser abierto hacia la posibilidad de ser, hacia una experiencia o vivencia de tránsito que dudo si puede asimilarse a la de transitoriedad.


     Recuerdo que sentado en la Recoleta en el café de la Paix (que ya no existe y que fue reemplazado por una heladería con sillas de color rosa), intentaba fallidamente leer el “Ser y el tiempo”, mientras que en el resto de las mesas empresarios hablaban de negocios, con rubias esbeltas sobre las rodillas y brindaban con champán. Yo me sentía bastante fuera de lugar, como eyectado de un mundo de gente que produce cosas o que disfruta de la vida real. No era más que una nota disonante y despareja, un diletante presa de divagaciones inútiles, ellos pensaban en proyectos y yo en secuelas, que, como un empecinado roedor, acentúa las grietas de las heridas aún abiertas. Miré por la ventana, algunas nubes pasajeras corrían con mediana rapidez por el cielo, sin echar sombra sobre las parejas, en buena parte turistas que daban un paseo. ¿Qué hacer? ¿Cuál era el sentido de permanecer inactivo en aquel lugar? No estaba angustiado a fondo, y aún podía retirarme con la dignidad tocada pero no hundida. Sin embargo, algo me tenía pegado a mi silla. Bebí el último sorbo de café ya enfriado (que seguramente me provocaría acidez) y siguiendo un impulso que provenía no sé exactamente de donde, es posible que otra vez mi cuerpo entero, tomé una hoja en blanco, no seguí pensando y me puse a escribir

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