Sobre
lo que no es ni aspira a ser
LOS EFECTOS DE RELEER A
“Era un libro muy difícil de escribir. No había plan
posible para expresar la amplitud de la desdicha, porque ya no había nada de
los elementos visibles que la habían provocado. Sólo existía el Hambre y el
Dolor.”
Cuando leí estas
líneas del libro Escribir
de Marguerite Duras, me vino el
siguiente pensamiento “Puedo, sin dificultad, representarme el apetito, por
ejemplo el apetito de cerezas que sin tardanza, me trae las imágenes de unas
sabrosas cerezas, pero en cuanto intento representarme el Hambre (no a los
hambrientos), me quedo con la sola palabra o con la mera y desagradable
sensación. Acaso algo semejante suceda con el Dolor. No hay representación del
Dolor.
M. Duras describe la
agonía y muerte de una mosca atrapada en el cemento húmedo de una pared, frente
a la que se posiciona como una espectadora cercana; la observa morir durante
diez a quince minutos hasta que, ante la conciencia de la muerte que recorre a
ambas, se dice “voy a volverme loca” y decide alejarse de allí.
Dejo a M. Duras.
Resulta que unas semanas atrás, mientras paseaba por mi barrio, me tocó ver a
un muerto en la calle. Miré ese cuerpo anónimo, sin movimiento: desprendía algo
incomprensible, irrepresentable y ajeno. El pavimento me resultaba mucho más
familiar el cadáver que yacía sobre él, y que desnudaba lo irrepresentable, el
incomunicable desposeimiento de lo que no es ni aspira a ser.
Ahora bien, también
hay algo de irrepresentable en nuestros mal llamados semejantes, que nos
produce una sensación de ajenidad, pues la única, ineludible e impuenteable
semejanza que compartimos con los demás, es
precisamente aquello que en los otros se nos presenta como
inaccesible.
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