Suipacha y Lavalle.
Salgo del cine, ya es de noche, estoy
sorprendido. Miro la hora en mi Seiko, son las diecinueve treinta, me sale así
y pienso: las siete y media P.M., sigue la influencia de la película yanqui, me
sonrío.
A un costado de la entrada un hombre vende
pochoclo y panchos. Considero la posibilidad de comprar alguno de esos
productos humeantes, dulces y salados, dudo cuál elegir, ¿y si fueran los dos?
Un cúmulo de sensaciones que se desgranan como una brújula emotiva me indican
que debo desistir; el mensajero es cierto sabor amargo, trago saliva, el
amargor disminuye hasta ser el telón de fondo sobre el que predomina el nuevo
protagonista, el frío gris y húmedo que me impregna. Me arrebujo en mi gabán
verde y giro el cuello hasta que alcanzo a ver las imágenes en technicolor
pegadas en las puertas de vidrio.
Me detengo unos segundos y me decido por
fin, lentamente, a caminar. Un paso, panchos hot dogs, dos pasos, pochoclo pop
corn, retazos de Hollywood todavía funcionan en mí, hay más, calle es Strada, no, eso es italiano; ya avancé
unos diez pasos con la cabeza gacha en el piso que no refleja mi aliento
vaporoso, mis bocanadas de vaho. Desde chico tengo debilidad por jugar con
ellas. El aliento vaporoso es neblina sin envasar, me tranquiliza, todo lo
contrario a las pompas, ésas siempre me pusieron nervioso, si bien son más
vistosas uno sabía que habían de reventar pero no cuándo, y era esa espera, la
imposibilidad de poder calcular el momento preciso de la explosión, que me
ponía tenso.
Sweet dreams Whith ice cream, suena al título de una buena producción, las películas importantes
tienen buenos títulos. Una mujer de pechos impresionantes, tetas gigantescas Tits acomoda una silla en la vereda. No
consigo aclarar si se trata de una exhibición de gordos anónimos o de la
promoción de una evangelista apasionada. Ni pensar en detenerme, la miro con un
cinismo consciente y pedante, dicen que a más tetas son más bobas, ésta, por lo
pronto, no parece ser de la mejor partida de cerebros. El cruce de Lavalle y
Suipacha, hay poco tránsito, pasa un gasoleno manso con los faros prendidos que
encienden y hacen visibles las gotitas que caen más grandes, no llovizna,
llueve. Me doy ánimos, no importa, ni eso ni nada. ¡No te preocupes por la
vida, total no saldrás vivo de ella!
firmado: Truman Capote.
Percibo la luminosidad multicolor del neón
de las marquesinas que, a pesar del clima, relampaguean en la atmósfera sin
inmutarse. Y yo sigo caminando menos afirmado y empiezo a dispersarme, a estar
en cada gota, en cada brillo, en el asfalto, y a ver fotos que metro tras metro
se deslizan en una secuencia, como otra película.
¡Uia! ahí aparece el título: El Cielo Es
Una Palabra, hermoso, y desde él, como de una gran gota
central, un enorme globo de agua y luz, aunque el género no es ciencia ficción,
se irradia en decenas de rayos luminosos el film.
¡Caramelos, bombones, helados! y cuanta
delicia envuelta o enlatada se puedan imaginar. Damas y caballeros, su atención
por favor, ajústense los cinturones que el espectáculo está por comenzar;
caramelos, bombones, helados, se ruega no escupir en el suelo ni hacer ruiditos
con el papel de los caramelos, último llamado, está prohibida la entrada al
iniciarse la proyección. ¡Decídanse! adelgacen, o crean en Dios o coman
pochoclo con panchos o esfúmense en bocanadas de vahos, nada impedirá que a la
hora señalada la sala quede en penumbras y que las fotos, una tras otra,
aparezcan proyectadas en la pantalla de vuestras retinas.
¡Ultimo aviso. Que comience la función!
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