Todo comenzó una noche de
primavera. Yo tenía doce años y recuerdo que en aquella época no congeniábamos
con mamá que me había prohibido ir a bailar con mis amigos; enojada le hablé de
mal modo, ella me replicó: “no te portes mal si no la bruja te va a castigar”.
Como siempre me repetía lo mismo y ninguna escoba voladora había atravesado mi
cuarto, le había dejado de creer, por eso le desobedecí y me escapé. Al cruzar
un callejón oscuro próximo salón de baile, sentí la fuerza de una garra que
desde atrás me tomaba de un hombro, giré la cabeza y sin dificultad a pesar de
la falta de luz, distinguí la silueta aterrante de una bruja. Por un momento
imaginé a mi madre disfrazada con fin de darme una lección, pero al distinguir
su boca sin dientes y tras oír su risa maléfica, me convencí de lo contrario.
Gracias a un coraje repentino que debe haber provenido de mi desesperación, con
un movimiento brusco de mi brazo la despojé del bonete negro que llevaba sobre
su cabeza. Mejor no lo hubiera hecho, pues debajo de él en vez de aparecer el
cabello pajizo propio de los demonios y de las hechiceras, descubrí lo que
hubiera preferido que permanezca oculto a mi mirada. La parte superior de su
cráneo faltaba, y en su lugar se hizo ver el horror bajo la forma de un abismo
de tal magnitud que su fondo era imposible de divisar. Pude observar, no sin
dificultad, la extraña presencia de letras que flotaban desordenadamente
amenazando con el caos. No sé cómo, quizás llevada por la esperanza de una salvación
posible pude componer una palabra con ellas: ¡Pate Satán! Al mismo tiempo
escuché una voz gutural, cavernosa, que inspiraba espanto al decir un lema que me
ha hecho dudar de mis convicciones por el resto de mi vida, “las brujas no
existen pero que las hay, las hay. ”
Hoy desde la impunidad de quien ya no tiene nada
que perder, aconsejo al que lea estas líneas que, si una noche cualquiera
escuchara un eco hecho de pura sombra o golpes desde el fondo de un callejón
anónimo, piense que éste será el modo de mi aparición, de mi imposibilidad de
morir, de mi mística conversión al mal.
¡Pate Satán!
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