viernes, 23 de agosto de 2013

MENS SANA IN CORPORE SANO

Hoy me desperté con lumbago y de mal humor. Aunque la mañana se presentaba espléndida me sentía deprimido, se lo achaqué a mi naturaleza apática, y a cierta propensión a la melancolía, tristeza dulce según matizan los poetas, en la que me refugio con frecuencia. Una taza de café ayudó a despabilarme y un par de tostadas a confortar mi espíritu alicaído, sin embargo, al cabo de un rato advertí que mi ánimo seguía sin ponerse de acuerdo con la belleza de un sábado generoso. Cuando dudaba si llamar a Dora, mi psicóloga, recordé aquello de mens sana in corpore sano y renuncié a esa tentación; dejé a un lado la pereza y, tomando el toro por las astas, me propuse hacer un poco de actividad física en el club. Puse ropa en la mochila, jabón y desodorante, un paquete de cigarrillos que estaba sobre la mesita de luz y, sin más demora, salí a la calle. Afuera el cielo se presentaba como una lámina increíblemente azul, pero la brisa primaveral que soplaba de a ratos, traía infinidad de pólenes que me atacaron haciéndome picar la nariz. La tentación de retroceder y hablar con Dorita se me hacía irresistible, ella me pondría al abrigo en su regazo de dulces interpretaciones. La mano empezó a deslizarse hacia el teléfono queriendo conformarme, pero pude resistir. A llegar al club me detuve en el pórtico de acceso, en grandes letras de color negro decía: Mens sana in corpore sano; entonces levanté la cabeza
y, enderezando el esqueleto, avancé de cara al sol, la moral en alto y una sonrisa que la esperanza me había dibujado. Tras enfilar por un sendero a cuyo costado unos niños jugaban a la pelota, bordeé la cancha de voley y me dirigí a la gran sala en donde funciona el gimnasio. En el vestuario me cambié amontonado en una intimidad procaz, junto las desnudeces de un par de robustos atletas que pavoneaban sus cuerpos inconfundibles. Ávidos de sí mismos, estos ególatras modelados por la maquinaria de la educación física, estos adonis de utilería resplandecientes de salud, examinaban sus figuras apolíneas ante un gran espejo. Espié sus quijadas firmes, el relieve de la musculatura, los hombros anchos de los que hacían demencial alarde. Su complexión hacía imaginar una personalidad equilibrada y un carácter fuerte e indoblegable. En la comparación, mi cuerpo insignificante parecía contrahecho y mi mente de una condición similar. Mi objetivo era confundirme entre los gimnastas, liderados por un instructor que lucía un gorro con los colores de la bandera americana y, alrededor del cuello, una cadena con una chapita, no pude distinguir si se trataba de la virgen desatanudos o su número de identificación, como usan los marines. La clase dio comienzo con ejercicios tradicionales, trotamos para entrar en calor, saltamos y corrimos haciendo rotaciones, practicamos con sogas y mancuernas, luego trepamos por una red y, para desarrollar destrezas, nos arrastramos y dimos vueltas carnero en una colchoneta; también musculamos con abdominales para reducir la cintura, sentadillas para fortalecer los cuádriceps, flexiones para los glúteos y dorsales para la parte posterior; nos oxigenamos con gimnasia aeróbica, hicimos el puente, la vertical, la media luna, el sesenta y nueve, y completamos con una rutina en las máquinas. Tanto movimiento empezó a surtir efecto. El cuerpo exigido me puso de mejor humor, y asomó una sensación de alegría recobrada. Estaba menos depresivo y una contractura persistente que me torturaba el cuello había disminuido. Por estos beneficios y a pesar de la incipiente fatiga, redoblé esfuerzos con una serie de flexiones, abdominales y sentadillas, mens sana in corpore sano flexiones, abdominales, sentadillas, mens sana in corpore sano flexiones, abdominales, sentadillas. La fatiga merodeaba, flexiones, abdominales, sentadillas; el corazón latía con fuerza y rápido bombeando vida a duras penas, mens sana in corpore sano flexiones, abdominales, sentadillas; se me insinuó la falta de aire, mens sana in corpore sano flexiones, abdominales, sentadillas; estaba agitado, mens sana in corpore sano flexiones, abdominales, sentadillas; jadeaba, quería abandonar, mens sana in corpore sano flexiones, abdominales, sentadillas, pero en mérito a mens sana in corpore sano resistí, flexiones, abdominales, sentadillas. El cansancio me impedía mantener el ritmo, pero la vergüenza no me dejó aflojar, así que simulé un calambre para darme una tregua, con la lengua afuera, sin hacer caso del dolor fingí continuar heroicamente, en parte era cierto pues cada movimiento evidenciaba la precariedad de mi situación. Intuyendo lo que se avecinaba: mi ocaso, el deterioro, la amenaza de convertirme en corto plazo en una ruina y, por fin, la coronación del ciclo vital: el derrumbe; la rebeldía despertó en mí una cuota de ambición y me dije: ¡voy por más! Tras consumirme en una docena de flexiones, agonicé con veloces corridas y entré en coma pedaleando; orilleaba la extenuación y, como suele decirse "el sudor me perlaba la frente". En vista de la apremiante situación, hice una pausa para oxigenarme. Cuando las fuerzas me volvieron, seguí con la última parte de la clase, que resultó más movida aún que la anterior. Se nutría del invalorable aporte de diversas disciplinas que integran una promoción que el club ofrece. Como la primera clase era gratuita quise probarlas, fue así que me zambullí en la gimnasia acuática para perfeccionar mis aptitudes en la humedad, me atreví con body and extreme combat para adquirir capacidad de defensa, y seguí con localizada intensa que reduce las flaccideces; después me entregué a la milenaria técnica del swasthya yoga útil para tomar conciencia de la respiración, agregué una pizca de intensive Pro, otra de spinning, una gota de local experience, cuyo propósito ignoro porque no hablo inglés, pero que sonaba interesante. De igual forma no desprecié unos minutos de local stretch que mejora la postura, ni de gym box para aumentar la fuerza muscular; tampoco me resistí a mejorar la velocidad con fight do, a activar el sistema sanguíneo con ritmos latinos o recurrir a body pump para el drenaje linfático; no pude negarme a una sesión de gimnasia capilar ni a otra de tai chi, mucho menos a un rato de aero local, fight local o body barra, ni tae boxing, indoorcycle, energy class, kung fu, no dejé de bailar danza jazz, tap, salsa que proveen resistencia y dinamismo, ni era cosa de desaprovechar las bondades del reiki; para finalizar me dejé mimar por un masaje oriental y relax shiatsu tuei, que es un masaje especial en silla de cuero. Por desgracia no tuve ocasión de saborear mi victoria, porque a los minutos me sobrevino un terrible cansancio y empezaron a dolerme las piernas. La depresión se me insinuó hasta que terminé por ceder a su hechizo. Ahora, estoy oculto en el baño del vestuario, dándole una pitada al cigarrillo que acabo de encender. Con el humor en baja me propongo ordenar mis ideas filosofando. Pienso: no puede desconocerse la naturaleza bienhechora de la gimnasia ni sus efectos beneficiosos para la salud física y mental. Doy otra pitada. Eratóstenes demostró que, así como el universo se despliega en torno de Dios, el alma se extiende amoldada al cuerpo como una lámina o, más modernamente, como un panqueque. Me acomodo en el inodoro que me hace de oportuno banquito, aquí me siento a resguardo de miradas indiscretas. Sigo repasando: los griegos entendían que el ocio era una actividad no laboral que permitía al espíritu, alcanzar su más alta expresión. Exhalo una bocanada. El ambiente se está volviendo irrespirable, agito las manos para disipar el humo. El deporte es un patrimonio que proviene de la antigüedad, que cultiva una naturaleza fuerte, un temperamento fogoso y un carácter firme. Con defendible terquedad permanecí encerrado, pero ya es hora de replegarme a continuar meditando. Lo mejor sería un lugar tranquilo como una biblioteca pero, con el mediodía avanzado y yo sin almorzar, recorro el trecho que me separa del kiosco; pido un pancho, una cerveza y otra más, procurando recobrar la energía perdida. Me enfrento a un dilema. ¿Regresar o no regresar al gimnasio? He ahí la cuestión. Aplasto la colilla contra el piso y prendo uno más. La depresión no mejora. Mi amor propio herido me aconseja volver, pero mi inteligencia me desalienta. No debo dejarme empujar por los apuros de la ansiedad. Comienzo a sentir la boca reseca y me sobreviene una opresión en la garganta; vislumbro una imagen borrosa que no consigo identificar, es el contorno de un rostro que no termina de precisarse. El cuerpo se tensiona y se me dificulta la respiración. Presiento que en aquella visión hay algo de tranquilizador. La opresión va en aumento. Me viene la imagen de todos esos atletas moviéndose sincronizados, que no ven el entrenamiento como una condena sino como una liberación. Pido un chopp. La mente se me comienza a despejar. El esbozo del rostro quiere adquirir una forma. Veo el perfil de dos pechos elocuentes a quienes les sospecho un fuerte poder curativo, no son de ninguna de las gimnastas ¿Entonces de quién? Al fin la imagen se aclara. Creo que ya sé a quien pertenecen: son de Dorita. Decisión tomada. Corte de manga y adiós a la gimnasia. Voy a llamar a la psicóloga.

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