viernes, 23 de agosto de 2013

EL MISTERIO DE LA POESÍA

El esbozo indisimulado de una sonrisa anticipó la filigrana de un aplauso. Dionisio Cabalino, el añoso poeta, tomó con firmeza el micrófono que la Sra. Clotilde, maestra de ceremonias del taller de poesía Miel y Verso de Villa Luzuriaga, le alcanzó con delicada solicitud. El auditorio compuesto por una treintena de personas, mayormente amas de casa, jubilados y la participación honorífica de Palmira Miranda, -la poetiza ciega-, esperaba con respetuosa compostura en la confitería El Pecado Mañoso, constituida en sede de la reunión. De ojos celestes y cabello nevado, Dionisio daba el physique du rol de quien hubiera ofrecido su pecho arrancado, su sangre fundida en versos en aras de La Poesía. Subido en la tarima al modo de un recitador del antiguo teatro de ópera, sin fuerza o necesidad de carraspear para aclararse la voz, comenzó a leer con cuidado desgranando cada palabra como una gema, compenetrado en la lectura, el obstáculo que por la avanzada edad le representaba el cuerpo, pareció liberarlo de sus ataduras. Cuando miro hacia atrás el transitado/camino por mí de purrete,/ veo el empedrado de pétalos y también/al destino empecinado en mis juanetes. Mientras que el público se regocijaba en cumplido silencio, un fuerte chirrido del altoparlante interrumpió el fluir poético emocional y una voz fantasmal se hizo oír: “Tu serás el primero de la lista ¡Viva Arlt!”. Cual santo desconcertado el anciano hizo una pausa forzado por la situación y tras unos segundos, superada la molestia, retomó el recitado. Fue de néctar mi infancia la sonora/de almíbar su dulce aroma, y la inquieta juventud fragancia canora/presagio de calvicie y del reuma que asoma Por segunda vez una estridencia lastimó los oídos de los asistentes, Dionisio quiso pasar por alto el trastorno y prosiguió heroicamente: Como Neruda en su magnífico Canto/ yo también confieso que he vivido/. Por un segundo el aparato pareció acallarse infundiendo esperanza y también desengaño, pues el dantesco estrépito retornó con mayor violencia aún, quebrando definitivamente el clima de tertulia la intrusiva voz nuevamente se hizo oír: ¡Viva Conrad y Saramago!. La disposición de la gente más interesada por el mensaje que por el claudicante poema, hizo desistir al poeta quien, con mano que se había vuelto temblorosa, devolvió el micrófono a la Sra. Clotilde que en vano lo alentó a continuar; oscuro y dolorido en lo hondo de su lastimada sensibilidad, Dionisio se negó con una sentida declaración “hoy he perdido mi ángel”, para luego retirarse a su asiento con tal suerte que al bajar del entarimado, por los nervios del mal momento y la colaboración de un peldaño flojo, dio un paso en falso y cayó al piso que compasivamente lo desnucó. La necrológica publicada en el mensuario El Faro de Almagro, rezaba: “Pluma con mayúsculas, respetuoso de las sanas normas de la preceptiva literaria, figura tan prominente como inevitable en el sur suroeste de Luzuriaga -entre Carabobo y Pellegrini-, jamás faltó a una reunión de su querido taller. Su formación intelectual no implicó lo académico, por ello sus versos gozan de la frescura incontaminada de quien con tenaz disciplina se abstuvo de frecuentar a Neruda, a Baudelaire, a Heine, a Hernández…, la lista de sus queridos poetas no leídos se infinitiza. Conservador en el estilo, encaminó su poemática sin cuestionar certezas ni rozar los márgenes. De gramática severa acentuaba y puntuaba con aguda autoridad e inigualada precisión, cada coma, cada punto, cada punto y coma componían una delicia. ¡Se nos ha ido un poeta! Palmira Miranda yacía de espaldas inerte en el piso de la ruinosa cocina con las piernas ligeramente separadas, cubiertas hasta las rodillas por una gastada pollera de franela gris; y su cara ¡OH Dios! estaba disfrazada con una máscara de cartulina que imitaba a un payaso de expresión jubilosa. La muerte se había abierto paso mediante dos estacas que se hundían en las órbitas de sus ojos ciegos redoblándola o, paradójicamente, matando por segunda vez aquellos ojos jamás nacidos a la luz, según el lector prefiera. Debajo de la máscara el rostro apenas empolvado marcaba la sorpresa y el horror por la intuición del peligro que, con alevosía, había tomado desleal ventaja de su cerrada oscuridad. Alma virtuosa a quien le fue ahorrado ver las iniquidades de este mundo, con reconocible astucia evitaba nombrar la realidad visible, limitándose a los elementos inmateriales como la transparencia del corazón, la nobleza del espíritu, la belleza de la dignidad o los prodigios del amor. Libre de ortodoxias superó el clásico debate francés sobre luces y sombras de la rima consonante, por carecer del concepto “color”, pudo servirse de él como de una mera palabra concibiendo una inédita noción de la libertad. La opinión elogiosa de los críticos de Luzuriaga y sus colegas del Paraje El Ombú, acordó en un notable artículo que esto imprimía a su obra un peculiar matiz, un toque de audacia; en su magnífico Ver Nada son innovadoras las equívocas pinceladas de un cielo verde, la mención del fuego relumbrando negro y de la tierra coloreada de azul. La poetiza e histórica secretaria Clotilde Encina, fue hallada en su despacho en pésimo estado de salud pues había sido asfixiada por un bollo de papel metido en la boca, la mano izquierda con que solícitamente había dado el micrófono a Dionisio, la misma mano con la que escribía, estaba separada del cuerpo por un corte. El aviso fúnebre resumió: “eficiente en el secretariado, ordenada en el archivo y con el don de una prolija caligrafía, se desempeñó eficientemente en la maraña burocrática. La brújula ética orientó su credo artístico, su capacidad de síntesis nos legó -en potencial- una cantidad de poemas no escritos que superó largamente el número de los editados, de los que tampoco queda registro de transmisión por vía oral, circunstancia que da peculiar valor al único texto del que hay noticia, el ensayo libertario Contra la Tiranía del Endecasílabo. Motor inmóvil fue acto y potencia de los encuentros de poesía, su deceso provocó una tensión depresiva en los sobrevivientes. Aunque se publicó una solicitada en un matutino pidiendo tres poetas con experiencia en el rubro, no se pudieron cubrir las vacantes lo que determinó la pronta e irremediable disolución de Miel y Verso, ese semillero de sueños. La poesía había detenido su paso. Si bien algunas controversias surgieron al principio sobre el peldaño ¿flojo o aflojado? pronto se llegó a un consenso respecto del el lugar y ocasión del primer crimen, los investigadores determinaron que había sido despegado. La comisaría Luzurience no había querido cargar con el macabro privilegio de investigar tres homicidios sucedidos en su circunscripción, los casos eran difíciles y el éxito dudoso. Nadie se atrevería a proceder a una detención insegura o provisional, para no arrogarse el dudoso prestigio de apresar al hombre equivocado. La prensa rápidamente hubiera tomado un sesgo sensacionalista, alimentando con lo horrendo la voracidad y la memoria colectiva hacinada por crímenes pasionales, sobornos y el alarmante paso de un cometa. La necesidad de resolución se hacía perentoria, sin pistas la comandancia quiso asegurar resultados, por tal motivo fue unánime la decisión de convocar al célebre inspector Dorell quien fue resucitado del tedio de su oficina, y que al momento de este cuento y, como no hay dos sin tres, se hallaba en la escena del tercer crimen. Gustavo Dorell había llegado a la policía de modo involuntario, amante de la literatura quiso estudiar letras pero fue disuadido por imperio materno de su vocación. Al enterarse la madre de sus intenciones, desdeñosa le dijo –¿no te parece mucho estudiar seis años para veintisiete letras? y mezclando burla e ignorancia afirmó -la poesía es cosa de maricas-. Cabizbajo su hijo se atrevió a un único y tímido intento de réplica: -Mamá, a mí no me gusta la poesía sino las novelas. Prosa o poesía, la madre no alteró su opinión –andá a la policía, ahí vas a hacerte hombre-, y con una sonrisa de baja categoría añadió –además a las mujeres nos encantan los uniformados. Así, a contrapelo y con el rumbo perdido, inició su infortunado exilio en las fuerzas de seguridad. Sentado en un banquito frente al cadáver, el inspector sacó la papeleta de la boca de la difunta y de un apretón la cerró, clausurando el vacío que había dejado. La mano asesina había escrito un mensaje en carbonilla ofreciendo la irresistible tentación de un secreto, alisó el papel y leyó: “Venganza a los cómplices. La poesía mata”. Sin comprender Dorell miró a derecha e izquierda la ruinosa cocina, el robo quedaba descartado pues nada había de menos ni cosa había demás o, dicho en jerga contable, no se verificaron faltantes de dinero, joyas u objetos, va como ejemplo la bombilla y el mate frío de Palmira que hablaba de la hora del crimen o bien de una bebedora de tereré. Como buen investigador recordó que durante el mes en curso, se produjo una intoxicación con las medialunas en el café La Musa, un atentado con explosivos en la editorial El Verso Truncado y la desaparición completa de la sección de poesía de la biblioteca popular de Villa Crespo, cuyos restos se encontraron despedazados en un tacho de basura. Testimonios de la época hablan de la inquieta atmósfera ciudadana que seguía los hechos con pasión, de las raíces profundas que ocultaban estos crímenes que corrían riesgo de extraviarse en la turbia maraña de los expedientes judiciales. Crimen impiadoso si lo hay, se dijo el inspector quien, con oficio frente a la conmoción, mantuvo una serenidad que se confundía con frialdad, sin duda eran tres asesinatos que merecían la atención de su agudo pensamiento y sagaz comprensión. ¿Acaso Dionisio y Palmira fueron amantes asesinados por un novio celoso? ¿Habían actuado movidos por un oscuro pacto suicida? ¿La muerte de ambos era pura coincidencia? ¿Por qué la máscara del clown? ¿Por qué la nota vivando a Conrad y Saramago? ¿Por qué mata la poesía? Sin motivo ni sospechosos, Dorell barajó la posibilidad de un crimen incomprensible como modelo del crimen perfecto, aunque prefería las conjeturas a los hechos había demasiados porqués que urgían a una respuesta. Un gallo cantó a lo lejos espeluznando su sensibilizado ánimo. Frente a las contingencias de un caso complicado hizo lo de siempre, retirarse a su despacho para aclarar el pensamiento entregándose al rito de la lectura. Espantó una polilla de la polvorienta estantería, recorrió con ojos hambrientos la línea desordenada de libros cuyos lomos titulaban: La educación sentimental, Flaubert, El Lobo Estepario, Hesse y penúltimo a la derecha, reclinado sobre un Proust recibió la iluminación de Seis Problemas para Don Isidro Parodi. Su reflexión fue inmediata, considerando que las tres muertes tenían en común la poesía, y si el maestro Borges había precisado del auxilio del convicto Parodi para esclarecer los misterios de sus relatos, él bien podía recurrir al presidente de la Academia de Letras. Maximiliano Heraldo Loprete lo recibió en su casa. De barba recortada a lo Hemingway y mejillas rubicundas, promediaba los sesenta años investido de un aura de sapiencia, pues dicen que quien sabe de las palabras parece saber de todo. -Aguardaba su visita- dijo sin explicarse, luego sirvió una generosa copa de whisky y, adelantándose a una pregunta, sacó una hoja de papel de un cofre -creo que esto es lo que busca, inspector-. Dorell tomó el escrito, bebió un trago y se concentró en la lectura. MANIFIESTO PROPROSA Estimada humanidad, desde el poema de Gilgamesh 2000 años A.C. y los cantos de La Ilíada y La Odisea, desde los libros Veda o las 48.000 poesías de la funesta Dinastía Tang, desde la poesía trovadoresca, el Dante y el dolce stil nuovo, los poetas y su deleznable producto, la poesía, inspiran sensaciones arrobadoras, inducen a la ensoñación, a impracticables ideas de perfección y belleza, y por ello deben ser vistos como una terrible amenaza. Convengamos en que la poesía es una experiencia estética que encubre una operación ética. La poesía es cadencia, armonía, musicalidad; a fin de lograr su venenoso encanto los autores se valen de un conjunto de poderosos recursos literarios que ponen al servicio del embuste, considérese la redondilla, el soneto, la copla así como un ejército de metáforas, aliteraciones y metonimias. La fusión de sonido y sentido suele ser de gran utilidad para desvirtuar a este último, colabora la misteriosa alquimia de sinalefas, diéresis, tipos de rima, en particular la permisiva libre que, apartada de todo precepto, da lugar a la aparición de infinidad de poetas. También aporta la infecta licencia poética, abuso de libertad, infracción a las leyes del lenguaje que legitima la ineptitud, dando lugar a un caótico vale todo. En sus tres variedades, la lírica, la épica y el drama, la poesía lleva a cabo su nefasto objetivo. Poesía lírica: el autor desea transmitir sentimientos y emociones que, cual puma enjaulado, anhelan expresarse sin importar los efectos que puedan tener sobre el ánimo de su víctima, el lector. Yo mismo fui rajuñado por sus afiladas pezuñas, por culpa de unos versos de Neruda he caído en las garras del amor de un hombre que no era para mí. Poema épico: trata de la narración de hechos legendarios o irreales que quieren hacerse pasar por verdaderos. Ilustro con un famoso pasaje de La Eneida, pasquín épico realizado por encargo del emperador Augusto, que narra la caminata de Eneas y de la Sibila: Ibant obscuri sola sub nocte per umbram (iban oscuros bajo la solitaria noche) en donde gracias a una hipálage la cualidad de la noche se atribuye a las personas dando un tono heroico a este fragmento. De hecho, poco antes de morir, en un arrebato ético Virgilio encomendó arrepentido la destrucción de esta escritura corrupta que, por sentimiento de culpa finaliza: anima cum gemitu Fugit indignata sub umbras ( indignado su espíritu, huye, lanzando un gemido, a la región de las sombras). Poesía dramática: se desarrolla mediante diálogos que pueden ser tragedia o comedia. Aquí el engaño se produce por la ambigüedad de los diálogos que el autor manipula: -¿Conoce el diálogo de Platón, El Banquete? -Sí, allí fui a comer un filete. -No sea burro. -Con un churro casi me despanzurro. -Es un libro sobre el amor. -Yo cené en aquel comedor. -Ese Banquete no es sólo comida, ¡Ponga atención! -Adivino, es una comilona servida en un platazo sin medida que se llama Platón En resumen, la poesía es el imperio del odio disfrazado que, como el flautista de Hamelin, pretende desviarnos del logro más preciado de nuestra cultura, avalado por el sello virtuoso de la tradición, la prosa. Pied à terre, madames et misieurs, no cedamos al transitorio alivio de la droga versificada, no dejemos que su tramposa seducción tuerza nuestras más entrañables convicciones en desmedro de los derechos del pueblo a su prosa, de encontrar en ella su estilo, de pertenecer. La quimérica Poesía exacerba la nostalgia, deprime, angustia mediante imágenes y elementos de valor simbólico (los versos cacofónicos y ripiosos son menos dañinos por su menor capacidad de embeleso), está científicamente comprobado que provoca suicidios, ataques cardíacos y reuma, la poesía es un dolor de cabeza. La autopsia del cerebro de poetas revela datos sorprendentes: son pequeños, tienen larga barba, cabello blanco y fuman en pipa. Uno del los incriminados, el así llamado Vicente Huidobro confiesa: "Los verdaderos poemas son incendios. La poesía se propaga por todas partes, iluminando sus consumaciones con estremecimientos de placer o de agonía.” En cambio ¿qué decir de la dulce prosa? La prosa es el lenguaje natural de la literatura, madre nutricia que inspira buen gusto y originalidad; un sublime reflejo del alma que permite una expresión clara, pura y vigorosa, muy distinta al rebuzne poético; variada y flexible agrada al oído sin ser pretenciosa, de simplicidad conmovedora su renombre engrandece con el correr del tiempo. Démosle pues la bienvenida a su solidez, a la potencia de la palabra alineada que encarna el genio nacional y que deberá señorear nuestra literatura hasta el fin de los siglos; su incomparable prodigio iluminará los milenios y a la tierra argentina que la ha visto crecer. Ejemplo de un poema traducido a prosa. Tu cabello angelado, su perfume a tu rostro enmarca y sostiene, en el íntimo ardor se aviene con tus labios de sol y Selene. En prosa: ta linda la piba. Murmuro tu nombre, mi voz musita en silencio, sacral reverencia, el callado amor se aquerencia, mi corazón es quien te recita. En prosa: el muchacho no se le anima. Nacida de flores, de lo verde, del humus, más de una pasión despertaste y en tu lecho fragante albergaste no a uno, somos muchos, somos sumus En prosa: resultó ser fiestera. A mis hermanos los prosistas ¡Resistir es la consigna! No permitamos que nuestras trincheras, bastiones de libertad y de buen gusto sean invadidos por los hechizos facilistas de versos alocados, de estos falsos profetas que intentan usurpar el rol de la prosa para erigirse en cúspide de nuestra civilización. Muy señores míos, caballeros de la prosa y de la espada, no podemos lavarnos las manos ante la alarmante situación literaria nacional, es nuestro derecho moral y nuestra obligación intervenir. Sé que el prosista es piadoso, humano, bonachón, pero la coyuntura histórica exige prosistas más viriles que compasivos para ejecutar la tarea que nos aguarda, como no podemos prohibir la poesía debemos eliminarla así como a sus autores que, sin descanso, traman nuevas fechorías escudados por malignas sectas denominadas con eufemismo “movimientos de vanguardia.” Un renglón más abajo, el Manifiesto llevaba una firma conocida, la de Maximiliano Heraldo Loprete. Al terminar la lectura, el inspector alzó la vista y miró a su interlocutor con ojos vidriosos de búho famélico que Loprete supo interpretar. Con afinada sensibilidad le sirvió una doble ración de whisky y luego, sin ufanarse, persuasivamente le habló a su implacable conciencia poniéndola en controversia, justificando los hechos fatales en dos incisivas preguntas: -¿Fue feliz en su vida de policía? Por un instante las tensas miradas de ambos se cruzaron pastorilmente abriendo paso a la segunda pregunta: -¿No es cierto que la poesía arruinó su vida?

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