Camino por San Martín gris. La calma sucia
del mediodía del domingo me agrada. Los sábados no es lo mismo, todavía queda
algún estertor bancario. La ausencia de barullo me da un respiro y me permite
sentir que soy de ahí, no sé si pertenezco.
El asfalto está salpicado con manchas
oscuras de aceite viejo y sombras de humo derrochado, y mi Harrods, cuyos
bronces son tan grises como el resto, está clausurado. Un cartón anuncia las mismas
reformas que el año pasado y el anterior. ¿Qué querrán reformar?
En la esquina de Córdoba hay dos
confiterías hechas como finas, los interiores con mucho enchapado de roble
descansan quietas del ajetreo de la semana. Los salones vacíos les dan un
aspecto que remeda a un vertebrado inerte o a la soledad. Una presume con un nombre francés: Orleans,
y la otra: La Barra, me trae imágenes de copas solitarias e intimidades sólo
compartidas con el barman. Durante la semana están pobladas de pequeños gerentes
y putas expulsadas del Bajo por el crecimiento del microcentro.Porque la ciudad se apodera de todo y todo lo devora, lo transforma, lo masacra, hasta a las putas. ¿Dónde habrá una puta de puerto?
Sólo encuentro putas de álbum, afiladas, estéticas, que simulan sofisticación; putas cool, envasadas, con gusto a freezer; putas light, del reviente maquillado, con pocas gomas, sin estridencias ni medias de red; putas blancas, putas negras, putas negras como blancas, putas del dos mil; putas sanitarias que te exigen forro, putas posmodernas, putas que no merecen llamarse putas; putas yuppies con telefonía celular, putas de lifting, no biodegradables, no biodegradadas, putas que pretenden ser putas.
Son extraños los destinos del amor, también los del sexo. No es nada tranquilizador enterarte de que podés terminar amando más a un camello que a tu mujer, o a tu pañuelo, o a tu trabajo, o a tu neurosis, y si no te sucede es porque fuiste en contra de la estadística. Los objetos de la pasión son innumerables.
Ahí va una puta de regreso, como una resaca del sábado.
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