martes, 9 de mayo de 2017

EL HOLOCAUSTO. La esperanza y el mal


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Cuando Digo Nosotros

PANDORA Y LA ESPERANZA NAZI

La pulsión de muerte o destrudo, ha sido falsamente postulada como causa de la supuesta pasividad de los prisioneros de los Campos de concentración; una banalización que  pretende explicar el asesinato de millones de personas, afectadas por una supuesta y acentuada pulsión de muerte. En otras palabras, los judíos estarían cometiendo un suicidio individual y grupal de modo encubierto, con la excusa de la represión nazi. 

Esta es a grandes rasgos la hipótesis que sostuvo el psicoanalista vienés Bruno Bettelheim, (a quien personalmente considero inimputable por  ser sobreviviente a un Campo en el que estuvo internado por un año), pero que ha distorsionado el psicoanálisis como una teoría de la neurosis, hasta convertirlo en una teoría leída por la neurosis de su autor. Trataré pues, esbozar una hipótesis diferente.


LA ESPERANZA Y EL MAL


Llama la atención  por qué los antiguos griegos consideraban la esperanza como un mal y no como un elemento psíquico positivo.

Cuenta el mito que Pandora fue la primera mujer, y que Zeus ordenó su creación para castigar a Prometeo quien se había robado el fuego divino para dárselo a los hombres. Como escarmiento, Zeus le entregó a Pandora una jarra para que se la lleve a su hermano. Esta jarra contenía todos los males existentes y, por ende, le prohibió  abrirla; sin embargo, por curiosidad Pandora la abrió. En ese momento, todos los males escaparon alojándose entre los hombres; asustada Pandora cerró la jarra dejando un solo elemento sin escapar, la Esperanza.

Resta despejar una duda: si la esperanza fue el único mal que quedó dentro de la jarra después de que Pandora la cerrara, entonces, ¿quién fue el que la liberó? Doy una respuesta: ¡los nazis!

Por “esperanza” nos encontramos con que es "el hecho de desear que algo se cumpla". El problema se suscita si ese algo es un imposible, en tal caso la esperanza se constituirá en un modo de evadir una realidad traumática, provocando una anulación de la voluntad. Ahora bien, esta es la pregunta que intentaré contestar: ¿cómo es que si los presos vivían en un continuo “aquí y ahora”, en el que la palabra mañana había perdido su sentido, aún podían conservar una esperanza? Una esperanza que por un lado les permitía seguir viviendo y que, por el otro, los inmovilizaba haciéndolos permanecer sin rebelarse contra la pasivización a la que fueron sometidos.  

El escritor polaco Tadeus Borowski, autor del libro Nuestro hogar es Auschwitz -quien después de unos años de libertad, se suicidó asfixiándose con gas-, cuenta que los trenes que arribaban eran valuados por los prisioneros según la cantidad de alimentos que traían. Los recién llegados pertenecían a la categoría más baja: “un partido de fútbol termina mientras la última partida es gasificada y nadie se apena, sin embargo, los presos se esperanzan con una vida después de la guerra”. Esto motiva al escritor a decir lo siguiente: “La esperanza es lo que ordena a los hombres ir con indiferencia a las cámaras de gas, los abstiene de armar alboroto; la esperanza los anula e insensibiliza y los impulsa a no llamar la atención y a obedecer, pues la esperanza de la liberación siempre está en el horizonte”. Además los presos podían pensar que si adoptaban algunos comportamientos -incluso la crueldad de sus captores-, podrían sobrevivir. No se trata solo del fenómeno de identificación al agresor, sino también de una imitación voluntaria de pequeños gestos, saludar con taconeo, etc. Por otra parte, la obediencia extrema concedía la esperanza de una cierta seguridad, por lo que se preocupaban para controlar la agresividad a sus captores y a sus compañeros, querían pasar desapercibidos, no dar lugar a una provocación o llamar la atención sobre sí. 

Una segunda causa de esperanza fue Arbeit macht frei  (El trabajo libera). Desde el inicio queda claro qué posibilita la libertad, no es el amotinamiento sino la sumisión al trabajo. Asimismo, los prisioneros de los Campos de concentración, (no los de exterminio) sabían perfectamente que estaban en gran peligro, pero, en principio, no estaban condenados a muerte. Por ejemplo, en el campo de Buchenwald se escribían cartas con la familia y recibían algún que otro paquete, por lo que mantenían una cuota de esperanza. Así como un soldado en una trinchera que ve morir a diario a sus camaradas, al verse aún vivo se sostiene en la esperanza de que la siguiente bala tampoco lo matará. La diferencia estriba en que los soldados podían desahogar su agresividad mediante la acción, y compensar la depresión que la amenaza de muerte les causaba. En los Campos de exterminio, en cambio, los presos veían que en las selecciones de personas a la llegada de los trenes, separaban a los niños, mujeres y ancianos, e inocentemente se esperanzaban con que tendrían un trato preferencial. Sin embargo, poco después se enteraban que habían sido asesinados. Entonces, ¿cómo es posible que aún así conservaran una esperanza? Mi opinión es que resulta imposible tramitar psíquicamente lo que estaba sucediendo, ya que no se adecuaba a ningún molde mental.

Hasta donde se sabe, una persona no puede representarse su propia muerte, por lo que para soportar su inmediatez, uno de los mecanismos de defensa es darle a su muerte un significado. Para algunos, era la esperanza de un regreso al regazo materno o el retorno al Padre. Otros se imaginaban estando a los pies del Dios de la venganza y desde allí contemplar cómo sus perseguidores son objeto deuna punición; no faltan tampoco las fantasías de un martirio acompañadas o no, por otras, en las que sus verdugos sucumben. De igual modo, en los últimos meses de la guerra habían disminuido las matanzas, permitiéndole a los presos tener una esperanza en un futuro posible. Al idealizar, se esperanzaban en salir a un  mundo pleno de justicia y equidad, así cualquier desengaño a la salida, traía consigo un desmesurado sentimiento de frustración. Aquí surge un interrogante fundamental: ¿por qué motivo gente que luego de la liberación no tuvo problemas de adaptación, pasado un período de latencia que oscila entre 15 o 20 años, dearrolló síntomas muy diversos en relación a sus vivencias en los Campos: angustia, depresión, preocupación excesiva por la muerte, y un tinte paranoide respecto del mundo que los llevaba al aislamiento. Las causas más comunes eran sentimientos de culpa por haber sobrevivido o no haber hecho lo suficiente para salvar a un ser querido. Otro factor: en la vida normal la esperanza en el futuro suele ser tomada en cuenta por la gente para realizar sus actividades, al llegar la libertad el individuo ya no continuaba en un estado de dependencia pasiva o viviendo en un absoluto “aquí y ahora”; esto llevaba a una readaptación muy angustiosa, pues el sujeto pasaba a una posición activa y debía asumir la responsabilidad sobre su vida de un momento al otro sin estar preparado para ello.

Espero que alguna de mis ideas sirvan para una mejor comprensión de lo acontecido, y permitan profundizar en el estudio de los dolores psíquicos que sufren las generaciones posteriores.


AMNESIA LACUNAR 

El fenómeno de olvidarse de las primeras impresiones, pude hallarse en casi todos los sobrevivientes debido a la primera fase de shock, debida a la ruptura de la continuidad de la historia de sus vidas. Uno no puede dejar de asociar esto con la alucinación negativa, en que el sujeto desmiente la percepción y la significación afectiva del mundo externo.














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