martes, 4 de abril de 2017

BALADAS EN EL PILAR



Vengo de escuchar baladas en el Pilar. Luis Miguel cantaba desde un compact disc, mientras cenaba en la terraza del Rix. Después le tocó el turno a dos artistas noveles que entonaron, unos escalones más abajo, pero con dignidad, canciones de Ricky Martin, Sinatra, y del mismo Luis Miguel, acompañados por una gran orquesta que surgía de un órgano Kawai St III. El atril en el que leían las letras era la pantalla de una computadora. Al término de cada canción tocaban botones secretos y calibraban el equipo.


      Boleros en Windows N.T.

     Sobre el primer final -advirtieron que volverían- el solista desprendió el micrófono del pie, ante mi asombro funcionaba igual, y mezclándose con el público se animó con su fuerte: Louis Amstrong, en inglés por fonética.

      El misterio del micrófono me distrajo.

     Luego, caminé despacito por la recova mirando los restaurantes y negocios que la bordean, todos tienen nombres importados, globalizados, de ninguna parte. Repaso la lista y los anoto por orden de nacionalidad: los yanquis, Wendy´s (old fashioned hamburgers), Luckie´s, Mummy´s (food & drinks), Rix (café & drugstore) Planet Hollywood, Playland, y en la punta el Hard Rock (Kid´s club & souvenirs); los franceses: Molière, Champs Elysées y París; los italianos: Romanaccio y Caruso (Ristorante a´ll italiana); el alemán: Munich del Pilar (que publicita cerveza Quilmes); y por fin, el criollo Campos del Pilar, que ofrece cerveza Warsteiner, (eine Königin unter den Bieren).

      Termino el paseo en la boutique del Hard Rock, donde venden camperas de cuero negro y remeras con el lema: Save the Planet. No hay espejos ni probador.



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     Ahora estoy parado en la cuesta de plaza Francia, la noche de mayo está quieta y fresca. Veo la Facultad de Derecho. La mole imponente reposa. Me detengo en ella y descanso. Me impresiona, es proporcionada, solemne, irreprochable. Ostenta presencia. 

     A  su costado, me sorprende un cartel: La Feria del libro, del autor al lector. Está coronado por un pintoresco manojo de banderitas multicolores, que indican a las claras que allí hay una reina: La Feria, soberana de la alegría, señora del bullicio. La Feria con firuletes, La Feria, la payasa con remembranzas de circo y de Kermesse. Una brisa se levanta y las banderitas comienzan a flamear, se menean juguetonas provocando a su vecino grandote para hacerse notar y decirle: ¡Aquí estoy!

     El coloso calla.

     Las banderitas se agitan con más ganas... no hay respuesta. Pero ellas no se rinden y doblan su empeño hasta que por fin la facultad se decide:

     -Atolondrada -sentencia con malhumor.

     -Pomposo  -le contesta la otra, riéndose atractiva.

     -Papelonera y escandalosa -dictamina el foro con nobleza.

     -Soy una fiesta, soy alborozo -exclama chillona La Feria.

     -Torta con guirnaldas -sanciona sacrosanto el augusto.

     Creo que nunca se pondrán de acuerdo. Dejo de oír la disputa y me vuelvo hacia mí mismo, a mi soledad tranquila y en una panorámica contemplo a ambas.





                                    Imagen con zoom.  

    

                 

      La Facultad está enfrente de mí, sólo nos separa la avenida Figueroa Alcorta, aunque se ve inmensa me parece más humana. Está iluminada por luces amarillas de faroles larguísimos que se elevan rectilíneos como tulipanes. Algunos automóviles están estacionados en las sendas que corren entre las numerosas gradas del pórtico de acceso. El ruido del tránsito es constante, pero uno se acostumbra enseguida. Se agregan un avión aterrizando y las sirenas de una ambulancia.

      Dos ancianas intentan cruzar la avenida. Detrás de mí, la Cafetería de las Artes, Cervecería y Salón de Té, según el anuncio de neón verde y blanco que también ilumina el pasto, los arbustos y los cactus que crecen en el parque. Las ancianas desisten y se van a un puente de paso que está a cien metros.      

      La Feria ha quedado en un plano muy posterior. Distingo el chaperío acanalado del frente que la hace más precaria y destartalada y, el aumento de la distancia, más pequeña y descolorida. Cosas de la perspectiva                                                                                                  

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         De regreso, escucho la palabra de Dios que me viene del interior de la Iglesia del Pilar. Una misa por altoparlante.

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