martes, 28 de febrero de 2017

Domingo a medianoche


                                     Suipacha y Lavalle.





      Salgo del cine, ya es de noche, estoy sorprendido. Miro la hora en mi Seiko, son las diecinueve treinta, me sale así y pienso: las siete y media P.M., sigue la influencia de la película yanqui, me sonrío.

     A un costado de la entrada un hombre vende pochoclo y panchos. Considero la posibilidad de comprar alguno de esos productos humeantes, dulces y salados, dudo cuál elegir, ¿y si fueran los dos? Un cúmulo de sensaciones que se desgranan como una brújula emotiva me indican que debo desistir; el mensajero es cierto sabor amargo, trago saliva, el amargor disminuye hasta ser el telón de fondo sobre el que predomina el nuevo protagonista, el frío gris y húmedo que me impregna. Me arrebujo en mi gabán verde y giro el cuello hasta que alcanzo a ver las imágenes en technicolor pegadas en las puertas de vidrio. 
Me detengo unos segundos y me decido por fin, lentamente, a caminar. Un paso, panchos hot dogs, dos pasos, pochoclo pop corn, retazos de Hollywood todavía funcionan en mí, hay más, calle es Strada, no, eso es italiano; ya avancé unos diez pasos con la cabeza gacha en el piso que no refleja mi aliento vaporoso, mis bocanadas de vaho. Desde chico tengo debilidad por jugar con ellas. El aliento vaporoso es neblina sin envasar, me tranquiliza, todo lo contrario a las pompas, ésas siempre me pusieron nervioso, si bien son más vistosas uno sabía que habían de reventar pero no cuándo, y era esa espera, la imposibilidad de poder calcular el momento preciso de la explosión, que me ponía tenso.

     Sweet dreams Whith ice cream, suena al título de una buena producción, las películas importantes tienen buenos títulos. Una mujer de pechos impresionantes, tetas gigantescas Tits acomoda una silla en la vereda. No consigo aclarar si se trata de una exhibición de gordos anónimos o de la promoción de una evangelista apasionada. Ni pensar en detenerme, la miro con un cinismo consciente y pedante, dicen que a más tetas son más bobas, ésta, por lo pronto, no parece ser de la mejor partida de cerebros. El cruce de Lavalle y Suipacha, hay poco tránsito, pasa un gasoleno manso con los faros prendidos que encienden y hacen visibles las gotitas que caen más grandes, no llovizna, llueve. Me doy ánimos, no importa, ni eso ni nada. ¡No te preocupes por la vida, total no saldrás vivo de ella!  firmado: Truman Capote.

     Percibo la luminosidad multicolor del neón de las marquesinas que, a pesar del clima, relampaguean en la atmósfera sin inmutarse. Y yo sigo caminando menos afirmado y empiezo a dispersarme, a estar en cada gota, en cada brillo, en el asfalto, y a ver fotos que metro tras metro se deslizan en una secuencia, como otra película.

     ¡Uia! ahí aparece el título: El Cielo Es Una  Palabra,  hermoso, y desde él, como de una gran gota central, un enorme globo de agua y luz, aunque el género no es ciencia ficción, se irradia en decenas de rayos luminosos el film.

     ¡Caramelos, bombones, helados! y cuanta delicia envuelta o enlatada se puedan imaginar. Damas y caballeros, su atención por favor, ajústense los cinturones que el espectáculo está por comenzar; caramelos, bombones, helados, se ruega no escupir en el suelo ni hacer ruiditos con el papel de los caramelos, último llamado, está prohibida la entrada al iniciarse la proyección. ¡Decídanse! adelgacen, o crean en Dios o coman pochoclo con panchos o esfúmense en bocanadas de vahos, nada impedirá que a la hora señalada la sala quede en penumbras y que las fotos, una tras otra, aparezcan proyectadas en la pantalla de vuestras retinas.

     ¡Ultimo aviso. Que comience la función!


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